Sobre Ignacio Villa, Bola de Nieve, Deny Extremera escribió en 2003: Cantó vestido de frac, a risa suelta. Cantaba a su antojo, moldeaba la canción entre las ventanas de su diálogo, sus inflexiones y su voz ronca (de “vendedor de duraznos y ciruelas”, como solía decir), y siempre dejaba una nota irónica y humana. Cantó sin voz, arrancando aplausos, en idiomas de cuatro continentes. Con su desmesurada sonrisa, rompió el empaque de la gala teatral. Impuso una expresión que envolvía hiriente sátira, inocente bonhomía. La amabilidad del gesto y la sonrisa, la elegancia impecable, la media voz y las melódicas armonizaciones sobre la tosca figura, el timbre áspero y la vitalidad agreste de los ritmos criollos fascinaron a todos aquellos quienes apreciaron su arte. Poseedor de los misterios de la técnica musical, gozó además de una cristalina personalidad y una mezcla encantadora de alta cultura y sencillez de pueblo. No creía en la improvisación y decía que no había trabajado en teatro por hobby ni por récord, sino por aquello de que había que comer y hay que trabajar. “Yo no me creo compositor, ni me respeto como tal, de las cosas que así me salieron, cancioncitas de esas baratas que yo hago, algunas han gustado. Yo creo que la palabra compositor es demasiado seria y respetable. Yo he hecho cancioncitas”…Así era de humilde. Lo cierto es que Edith Piaf se sorprendía porque nadie podía interpretar como él su canción La vie en Rose, y Andrés Segovia afirmaba que escucharlo era como asistir al nacimiento de la palabra y la música. Sobre sus composiciones también llovieron los elogios, pero son composiciones que sólo él podía y podría cantar, en una extraña y subyugante simbiosis. (Datos tomados de http://www.elnuevocojo.com/musica/itemlist/user/148-denyextremera).
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