Otra de las figuras ligadas a Oaxaca es el compositor Ignacio Fernández Esperón, Tata Nacho, quien luego de vivir en esa ciudad, se trasladó a la ciudad de México. Ignacio se acostumbró al trato con artistas, e intentaba imitarlos, por lo que a los ocho años de edad improvisaba piezas de canciones que escuchaba a menudo en su casa. Las tocaba en el piano o en el violín que le habían regalado y para tocar este instrumento se subía en una silla y se ponía junto a una ventana abierta para que todos en la calle pudieran oírlo. Cuando él contaba con sólo 10 años de edad, en el año de 1904, su padre murió. Estudió en la Escuela Normal para Maestros y poco después trabajó en un taller donde reparaban máquinas de escribir; atendía a los clientes y manejaba una afiladora para hojas de rasurar. Su trabajo era extremadamente aburrido, le pagaban quince pesos mensuales. Cansado de ese trabajo se fue a Oaxaca para poder estar en contacto con la naturaleza, de donde sacó nuevas ideas para su obra y decidió ingresar a la Escuela Nacional de Agricultura. Ahí hizo nuevos amigos, entre ellos Marte R. Gómez, Juan de Dios Bohórquez y Luis L. León, quienes años más tarde serían conocidos políticos. Tata Nacho componía ya canciones populares, que apenas comenzaba a dar a conocer. Un día, una joven modelo de Nacho Rosas, en quien se inspiraba el poeta Francisco Orozco Muñoz, dejó el estudio para volver a su pueblo dejando desconsolado al poeta. Tata Nacho se acercó al piano y tocó una de sus más recientes composiciones titulada Adiós mi chaparrita, cuya letra cambió en ese momento para hablar de la pena que sufría el poeta en esos momentos. A todos los artistas ahí presentes les gustó mucho la canción, y Tata Nacho tocó entonces otra de sus canciones titulada La Borrachita, que alegró al poeta Francisco Orozco Muñoz, y lo hizo olvidar su pena.
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