EL BOLERO Y EL CINE MEXICANO: LA MANCUERNA DE ORO
POR HUMBERTO VÉLEZ CORONADO
Publicado originalmente en el Diario El Meridiano de Sucre el 11 de enero de 2015
Si hubo un factor preponderante para que el bolero se difundiera y popularizara dentro del mundo hispano, ese fue sin duda el cine mexicano. Bien puede decirse que el país azteca estuvo siempre unido a la génesis y trayectoria histórica de este género musical, por partida doble, primero propiciando su nacimiento junto con Cuba, a través de la península de Yucatán; y después sirviéndole como catapulta, de cara a la restante indoamerica, por medio de su celuloide. Pero en aras de esclarecer la simbiosis antes anotada, vayamos por partes y empecemos por el principio. Muchos nos podemos preguntar por qué el séptimo arte apenas parpadeó sus imágenes iniciales, por obra y gracia de los magos Louis y Auguste Lumiere, -por algo el patronímico evoca la luz- sentó sus reales como industria en la patria de Benito Juárez; y como no lo harían con la misma presteza, las restantes naciones latinoamericanas, con la valiosa excepción de la Argentina, tan estrechamente influida por el viejo mundo, a raíz de las inmigraciones europeas que alimentaron el ego de su fuerte espíritu nacionalista.
Desde luego que no es difícil encontrar la respuesta, puesto que se debió a la influyente vecindad de los EE.UU. La primera potencia del planeta, como es bien sabido, ha sido para nuestros queridos hermanos, motivo de gran beneficio, pero a la vez de hondo desconsuelo, por razones que todos conocemos. Entre las satisfacciones se cuentan la pronta vinculación de los capitales de Wall Street, para que su cine fuera una realidad.
Esa solida inyección financiera hizo posible la rápida construcción de una infraestructura cinematográfica, en cuyo entorno se fueron congregando los nuevos actores, directores y personal técnico, a los cuales se les hizo fácil, -como resistirse a recordar se me hizo fácil: inspirada composición de Agustín Lara- por la relativa cercanía geográfica, hacer sus primeros pinitos en Hollywood, la naciente meca del cine ubicada a la sazón en el Estado de California, que se había convertido en el destino obligado, en busca de una buena capacitación artística suficiente en la fábrica de los sueños para destacarse en su tierra natal, como aconteció con los Hermanos Rodríguez inventores del sonido en directo, el camarógrafo Gabriel Figueroa y los directores Miguel Zacarías y el Indio Fernández.
Pero por otra parte, no podemos olvidar que por esa época, sobre el público hispanoamericano, gravitaba un altísimo porcentaje de analfabetismo –que lastimosamente continúa perdurando- .Limitación que llevó a Hollywood, -cuya producción para 1930 era totalmente sonora- , a desdeñar los subtítulos en español que acompañaban a sus películas distribuidas más allá del Río Grande, para asumir la realización de cintas hablada en un español neutro que colmara una demanda cada vez más creciente.
Entonces fue cuando surgieron versiones de los éxitos taquilleros del momento, protagonizadas por los artistas que habían triunfado en la meca del cine, como los mexicanos Ramón Novarro, Antonio Moreno, Gilbert Roland (Luis de Alonso), Dolores del Río, Lupe Vélez, Lupita Tovar y Mona Rico, los españoles Ramón Pereda y Juan Torena, los chilenos Tito Davisón y José “che” Bohr y el cubano René Cardona. Hollywood mataba así dos pájaros con una sola piedra al crear ídolos por partida doble. Así por ejemplo, con Lupe Vélez y Gilbert Roland, construían la réplica rustica en castellano de Greta Garbo y John Gilbert.
De todo lo anterior, México tomó atenta nota para poner los cimientos de su flamante industria al servicio del nuevo entretenimiento, el cine, denominado con justicia el portento del siglo XX y que llevaría a la tierra de Moctezuma a las más altas esferas de la consagración mundial y a satisfacer el gusto de miles de seguidores hispano- hablantes, que repercutió en la construcción de estudios por doquier, con la ayuda de los técnicos norteamericanos Alex Phillips, B.J.Kroger, Ross Fisher y Charles Kimball, hasta culminar con la construcción de los célebres estudios Chuburusco-Azteca.uno de los más grandes del planeta.
Y fue así como también, desde un primer instante el bolero estuvo ligado como elemento indispensable para esas realizaciones cinematográficas, hasta el punto de que el primer filme sonoro que se rodó en Ciudad de México, “Santa“ lleva por título el nombre de un bolero de la autoría de Agustín Lara, con el cual, su exponente más destacado de todos los tiempos se vincularía tempranamente en 1931 al nuevo espectáculo, con la magia de sus canciones, las número uno de su época, cuando las difundía también por la XEW,la emisora más potente de habla hispana en tierras americanas, ejerciendo el nuevo género doblemente su influencia a nivel continental, influyendo por doquier con su argot manito y tradiciones nacionalistas, que pronto se copiaron por todos, hasta en los rincones más apartados de nuestros países.
Y por si lo anterior fuera poco, la segunda cinta rodada al año siguiente “Cantar llorando”, que era interpretada por la colombiana Sofía Álvarez y el mexicano Juan Arvizu, dos voces que se volvieron míticas en el gusto popular. Aquí es oportuno hacer una digresión, por venir a cuento, que esta película como muchas otras, desaparecieron infortunadamente con el incendio de la Cinemateca Nacional ocurrido el 25 de marzo de 1986 –fecha tan nefasta como una maldición de la malinche- ,donde desaparecieron más de 6.000 peliculas,de las cuales no existían copia alguna y que fue calificada por su directora Margarita López Portillo, -quien lloró de puro coraje al contemplar los escombros aún humeantes-, como comparable al incendio de la Biblioteca de Alejandría.
En ese mismo año se filma “Su última canción” con la participación del inolvidable tenor mexicano doctor Alfonso Ortiz Tirado interpretando las creaciones de María Grever, quien ya se había convertido en una fuerte rival del “Flaco de Oro”, En 1933 aparecen compositores como Lorenzo Barcelata y Manuel Esperón en “La Calandria” y “La noche del pecado”, donde intervenía la naciente diva de la canción cubana Rita Montaner, que sería la más famosa de la Perla de las Antillas; influencia notoria de alguien que se conoció después como Toña la Negra. Con la inclusión posterior de Gonzalo Curiel, un referente obligado en materia bolerística, se formó la triada de músicos populares, que dieron el salto a la realización de las bandas sonoras muy rápidamente.
El bolero alcanzó sus más altas cimas, al inventar los mexicanos en su cine la figura emblemática del Cabaret, que forjó todo un género cinematográfico, similar en importancia al Western norteamericano; un escenario muy distinto a La Cantina de las películas rancheras, -que es harina de otro costal- ,que se convirtió en un gran imán taquillero; formula que se repitió por décadas, al incluir en cada filme varios números musicales, con el consabido pretexto de la concurrencia obligatoria de las estrellas principales a este misterioso y fulgurante escenario, pleno de intrigas y donde se le daba rienda suelta al desenfreno de las más bajas pasiones, al maquinarse y desenvolverse igualmente allí las más intrincadas y disparatadas componendas , que constituían la delicia de miles seguidores diseminados por todo el continente, porque todos estábamos a la espera de que algún día saliera en la pantalla los éxitos autóctonos de cada nación, en el caso nuestro, La mucura,Pachito eché, la cumbia sampuesana,ay cosita linda,etc.,como en efecto aconteció; una suerte de microcosmo legendario, en que se decidía el destino de los protagonistas de la historia, al son de frenéticos y sensuales bailes afroantillanos a cargo de otro género: las rumberas, cuyas integrantes adquirieron con el tiempo el carácter de iconos, como fue el caso de Ninon Sevilla, recientemente desaparecida, o matizados por el lento baile de la pareja acompañados por las suaves cadencias del bolero de turno interpretado allá en el fondo por las sensacionales orquestas de esa época de oro y cuyas letras servían además de materia prima para la trama de muchos de ellos. Filón que explotarán sin descanso hasta su decadencia ,cuando estaban bien entrados los años cincuenta ,a manos de las nuevas generaciones “nueva oleras”,comandadas por los ídolos del momento Enrique Guzman, Angelica María y Cesar Costa, entre otros. Pero sin que el bolero desapareciera del todo, pues como el ave fénix, resurgió triunfante de esa prueba de supervivencia y continúa tan campante hoy, como en sus mejores épocas.